En mi opinión, no hay nada más difícil que ser un buen jefe, y cada uno tenemos nuestra propia idea de cómo debe ser.
Por eso, a la hora de plantearnos la elaboración de un decálogo de buenas prácticas directivas, pensé que sería una buena oportunidad preguntárselo a un determinado número de personas de mi unidad. Se trata de un grupo homogéneo, laboralmente hablando, y que a su vez suele demostrar descontento en el reparto de tareas. Por otra parte, al no tener una relación jerárquica directa con ellos, podían responder con libertad.
La metodología empleada fue una pseudo encuesta en la que tenían que destacar cinco aspectos positivos y cinco negativos de un jefe.
De las respuestas obtenidas, se puede deducir que hay quien valora por encima de todo el trato personal, la confianza, la educación, el saber mantener los criterios y el respeto hacia la persona y hacia el trabajo que desarrollo y la objetividad. Para otros, primaba el conocimiento de la materia, el reparto equitativo y justo de las tareas, el dejar sin estar encima ni agobiar, la mano izquierda en los conflictos y el no evitar los enfrentamientos.
El segundo paso fue cotejar las respuestas con el diccionario de competencias genéricas para niveles 26-30, para poder elaborar el decálogo con líneas concretas de actuación.
El tercero fue reordenar estas competencias en dos bloques: el primero de ellos relativo a las competencias que debe tener un directivo en el plano personal: compromiso, visión, pensamiento global, capacidad de planificación y gestión y adaptación a los cambios; y un segundo bloque con las competencias necesarias en la relación con los miembros del equipo de trabajo: desarrollo de las relaciones, liderazgo y motivación, capacidad para inspirar, desarrollo profesional e innovación y creatividad.
Y éste es el resultado. Espero que os guste.
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